lunes, 5 de septiembre de 2016

Roser Ferran Gayet, La chica de la Pirelli


Hoy en día hablar de chica y Pirelli nos remite a los famosos calendarios que publica cada año la marca, pero en 1936 Roser Ferran se convirtió en la chica de la Pirelli, la mujer que dirigió la empresa italiana durante la Guerra Civil. Nació en Barcelona en 1915. 
 
Roser Ferran Gayet

Creció en la Italia de Mussolini, llevó las riendas de una industria de guerra en la Barcelona de los bombardeos, vivió como refugiada en la Francia de la Segunda Guerra Mundial y vio pasar el franquismo desde un balcón en la plaza de Oriente de Madrid. Es una de las últimas personas vivas que tuvo un cargo de responsabilidad en la República. Con 21 años tenía a sus órdenes a los tres mil trabajadores de las cinco fábricas catalanas de Pirelli. Y la Vanguardia tuvo “la culpa”. Una noticia que daba falsamente por zanjada una huelga la convirtió en esquirol involuntaria y, clic, puso en marcha el engranaje de su destino.

Trabajaba desde 1934 como secretaria en la sede de Industrias Pirelli en España –en la ronda Universitat de Barcelona– a las órdenes del secretario general, Giuseppe Luraghi. En verano de 1936 se declaró una huelga en su sector, una más en ese año convulso. Como iba para largo, se fue a la casa familiar a Sant Pau de Segúries, en el Ripollès. Nueve días después, el domingo 28 de junio, La Vanguardia trajo la noticia al pueblo: “Huelga resuelta. La dependencia mercantil se reintegró normalmente al trabajo”.
Al día siguiente subió al primer tren a Barcelona. Llegó justa, sufriendo por llegar tarde al trabajo. “Corrí por la calle, subí las escaleras de dos en dos y entré en la oficina a las nueve y dos minutos”.
Sólo entonces levantó la cabeza y vio a los jefes italianos allí plantados, mirándola radiantes. “Brava,Ferran! Lei è venuta!”, gritaron con alborozo. Roser –no osó decir que La Vanguardia a veces se equivoca– había roto la huelga. Llamaron a los interventores y al final del día los trabajadores estaban en sus puestos. Tres semanas después llegó el alzamiento militar. 

La guerra estalló y la Pirelli fue colectivizada. Los italianos huyeron. A finales de verano, dos milicianos de la CNT, Trigo y Guerrero, armados con sus máuseres, esperaban a la secretaria Roser en el despacho que fue de Luraghi:“Siéntese. ¿Quiere que le leamos lo que acabamos de encontrar?”.
Era una carta que los jefes italianos habían enviado a la central de Milán pidiendo una compensación para la secretaria que había tumbado solita la huelga. “Me quedé blanca”, dice Roser. “Imagínese qué pasaría si los comunistas lo supieran... –prosiguieron los anarquistas–. Pero no se preocupe: hay un arreglo”. 

La nombraron secretaria general de Industrias Pirelli.Los milicianos necesitaban a alguien que supiese redactar, llevar las cuentas y coordinar las fábricas. Así fue como Roser, hija única bajo el ala asfixiante de su padre, que había leído los clásicos griegos y latinos, las obras completas de Balzac, a Dostoyevsky, Tolstoi y Zweig, y que incluso había aprendido el esperanto, acabó al frente de una industria de guerra.

Durante la contienda, su firma era una de las tres necesarias para mover fondos en la Pirelli, que fabricaba los neumáticos de los camiones que iban al frente y cables de uso militar. Una exmussoliniana convertida por enredos del azar en capitoste anarquista. 

El 26 de enero de 1939 las tropas nacionales entraban en Barcelona y Roser escapaba esa mismo mañana a Francia en un coche con chófer de la Pirelli. Hizo bien: los falangistas fueron a buscarla al domicilio familiar de la calle València al menos dos veces. Años más tarde, en otro quiebro irónico del destino, Roser se casaría con un impulsor de la Falange en Barcelona, Julián Ruiz Aranda. 
Campo de concentración de Argelès-sur-mer
En Francia pasó nueve meses en el campo de concentración de la playa de Argelès. Con frío, aburrida del paisaje formado por la alambrada, el mar gris y los barracones, durmiendo sobre la arena hasta que pudo confeccionar un colchón con hojarasca. Al menos estaba con sus padres, que habían ido a Francia para unirse con ella. “Aunque no guardo un mal recuerdo, tal vez porque era joven”.
Cuando por fin salieron de Argelès los Ferran fueron a Toulouse, donde una asociación católica de asistencia a los refugiados les consiguió un piso. Roser hacía de intérprete para los exiliados y trabajaba en una organización cuáquera de Filadelfia que distribuía ropa, comida y dinero. Fue una época feliz, se sentía colmada por poder ayudar y ser útil. Feliz a pesar de que la vida en la Francia de la guerra, primero bajo el régimen de Vichy y luego bajo ocupación nazi, era dura. 
El regreso a la España franquista, en mayo de 1943, fue desgarrador. En la frontera detuvieron a su padre, pensando que el rojo era él y no la hija. Sólo pasó un mes en prisión, el tiempo que tardó Roser en lograr un abogado, pero fue demasiado. “Cuando salió ya no era el mismo. Lo que vivió en prisión le trastornó. Decía que le espiaban, que intentaban envenenarlo. Dejó de comer, creía que se volvería transparente”. Lo llevaron a los mejores psiquiatras, lo medicaron, le dieron electroshocks. Fue inútil. Murió ese mismo año, oficialmente de “anorexia”.

Después de la guerra, La Vanguardia volvió a cambiar su camino. Por un anuncio en el diario, encontró trabajo como secretaria de un empresario aragonés que hizo fortuna en el París ocupado (y la perdió con la liberación), Julián Ruiz Aranda, viudo con dos hijos, 22 años mayor. “Hice una lista con los pros y contras de casarme. Anoté diez inconvenientes y una sola ventaja: ser madre. Me cogió una reacción animal. Nunca me he enamorado: por lo que veo, me he ahorrado disgustos”. En 1951 se casaron, y tuvo dos hijos.


Roser vive desde 1957 frente al Palacio Real de Madrid, con un balcón sobre la plaza de Oriente, el canto del cisne franquista. Cuando había manifestaciones prorrégimen, la policía inspeccionaba el piso. A veces colocaban en su balcón altavoces que emitían aplausos enlatados para exagerar la magnitud de la masa. “Eran de la marca Philips”, recuerda. Roser, que en Italia vio los primeros brazos en alto, veía medio siglo después los últimos brazos en alto de Europa. 

(Fuente: La Vanguardia


Para saber más:

Gemma Saura Barrera y Plàcid Garcia-Planas: La noia de la Pirelli. Grup 62.

 "Volia deixar de ser una simple secretaria" (Ara.cat)

 La noia de la Pirelli (notícia TV3)

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